Cuenca | ||||
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Un día de paseo por su casco histórico tocando el cieloMás allá de las Casas Colgadas y el bello casco histórico, Cuenca es una prodigiosa maravilla natural. Una fortaleza rocosa nacida del abrazo de dos ríos: el Júcar y el Huécar. Declarada en 1996 por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 2023 ha sido galardonada como Capital Española de la GastronomíaAl llegar a Cuenca sobresale el casco histórico en lo alto, como un santuario protegido por la inmensa fortaleza rocosa sobre la que se asienta. Desde el Puente de San Antón, sobre el río Júcar, emerge una ciudad más cercana al cielo que al asfalto. Camino desde el Puente de San Antón, frente a la iglesia de la Virgen de la Luz, realizando fotografías mientras sopeso por dónde afrontar la subida a la fortaleza. Unos ancianos cuyos ojos han visitado todos los rincones de la ciudad se detienen y con esa naturalidad, sabiduría y amabilidad que dan los años, me desvelan los lugares para conseguir las mejores panorámicas. Les agradezco la información y me asciendo por las calles Palafox y Alfonso VIII en busca de la Plaza Mayor. Plaza MayorEstamos en Castilla, pero que nadie espere encontrar una plaza cuadrada con los tradicionales soportales. De forma trapezoidal, entro en ella por el arco central del Ayuntamiento, un edificio de tiempos de Carlos III que se eleva sobre tres arcos de medio punto (la solución que Jaime Bort proyectó en 1733 para dar acceso a la Plaza), y decoración rococó en el interior. Frente al Ayuntamiento se halla el Convento de las Petras, cuyo interior guarda una bella iglesia del siglo XVI con altares diseñados por Ventura Rodríguez. CatedralY a la derecha, la imponente fachada de la Catedral de Nuestra Señora de Gracia, divina muestra de los inicios del gótico en España, que conserva reminiscencias románicas, ya que su construcción se inició en 1208. Sobria, austera y bella. Sobre el solar que se levanta el templo se encontraba en época musulmana la antigua alcazaba, pero tras la conquista de la ciudad por Alfonso VIII en 1177 pasó a manos castellanas y católicas. Posee planta de cruz latina con tres naves y una sola en el crucero. En su interior destacan el magnífico Coro en madera, la Capilla Mayor con altar neoclásico diseñado por Ventura Rodríguez y el Arco de Jamete (pieza de talla formada por dos altas columnas que enmarcan un arco decorado con figuras de apóstoles) que sirve de entrada al Claustro. En la Sacristía el Tesoro Catedralicio, del que destaca una Dolorosa de Pedro de Mena. Salgo de la Catedral y por su lateral, calle Canónigos, desciendo en busca de las célebres Casas Colgadas. Antes paso por el edificio de las Casas del Rey, de los siglo XIV y XV, y caminando unos metros más me encuentro con la fachada interior de las Casas Colgadas, donde se encuentra el excelente restaurante Casas Colgadas, cuyo comedor ofrece unas maravillosas vistas de la Hoz del Huécar y una exquisita muestra de la gastronomía local. Pegado al restaurante, el Museo de Arte Abstracto. En sus paredes con bellos artesonados de madera se exhiben magníficas obras de los relevantes artistas del Movimiento Abstracto Español del siglo XX: Torner, Saura, Millares, Rueda, Tapiès... esculturas de Chillida y exposiciones temporales. Espléndido, como también lo son las vistas desde sus ventanales. El museo fusiona la belleza de la naturaleza y la creación plástica del hombre. Puente de San PabloAtravieso el arco que lleva al otro lado de las Casas Colgadas. Impresiona ver los balcones de las casas, sustentados en el aire, sobre un precipicio de casi 100 metros de altitud. Impresiona aún más la vista de los edificios y de toda la inmensa mole de roca desde el otro lado del Puente de San Pablo, expuestos al colosal tajo. Se asemeja a una visión de otra época, obra de titanes. La ciudad de los cielos. A mediados del siglo XVI el Puente de San Pablo cruzaba la Hoz formado por cinco arcos apoyados en torres de piedra pero su deterioro obligó a derribarlo y en 1902 se construyó la actual pasarela de hierro a 60 metros por encima del suelo. Provoca vértigo cruzarla y satisfacción por la espectacular vista que se contempla desde ella. La atravieso para llegar al Convento de San Pablo, hoy Parador de Turismo, en un enclave privilegiado como mirador. En Cuenca la piedra adquiere formas únicas y caprichosas, como puede apreciarse a ambos lados de la Hoz y también, como comprobaré más delante, en la espléndida y enigmática Ciudad Encantada. Junto al Parador se encuentra la Iglesia de San Pablo que acoge el Espacio Torner (ver museos en guía práctica). Desciendo por el Paseo del Húecar hasta encontrar otro edificio destacado de la ciudad, el Teatro Auditorio, obra de los arquitectos José Mª García de Paredes e Ignacio García Pedrosa, inaugurado en 1994. Situado sobre la falda del Cerro del Socorro su fachada de cristal mira al casco antiguo. En los alrededores se asentaba el Barrio Judío y se encontraba una sinagoga. Desde la Plaza Mangana se contempla una bella panorámica del Río Júcar y próximos están el Seminario de San Julián y la bella iglesia de San Miguel del siglo XIII con portada renacentista. Hacia el norte se encuentra la Casa Museo Zavala (ver museos) y más arriba se llega a las murallas y los restos del Castillo. La ciudad nuevaHa llegado el momento de buscar mesa y descubrir los manjares de la cocina conquense. Muchos son los restaurantes, figones y asadores de calidad de la ciudad (ver guía de restaurantes). Nuevamente una simpática conquense acude en mi ayuda para recomendarme uno económico en el que sirven los platos tradicionales y buenas tapas: La Bodeguilla de Basilio (C/Fray Luis de León, 3). Sigo su amable y acertado consejo. De entrada Morteruelo, un plato tradicional de pastores que hoy día se sirve más suavizado, a modo de paté robusto, pero que conserva como ingredientes la liebre, perdiz, gallina, jamón serrano, hígado de cerdo, pan rallado, aceite de oliva, pimienta blanca y negra... una deliciosa bomba calórica. Bebo otro vino y de tapa aparecen huevos de codorniz con patatas a lo pobre y virutas fritas de jamón. Por supuesto, para digerirlo necesito otro vino más y, al pedirlo, vuelven a servirme otra tapa, esta vez de chuletillas de cordero a la brasa. Al tercer vino desisto de pedir otro ante el temor de que me dispensen una nueva tapa y no poder levantarme de la mesa. Y todo por 15 euros por cabeza, la mía y la de mi acompañante, o sea 30 euros, puesto que los platos son para dos. Siento no poder echarle mano al Ajoarriero, al Gazpacho manchego o incluso al postre por excelencia conquense, el Alajú (miel, almendras y obleas), pero he venido a conocer Cuenca no a sestear. En otra ocasión será (meses después regresé a la ciudad y almorcé en el Restaurante Casas Colgadas donde ahondé un poco más en la cocina conquense disfrutando de una nuevo y exquisito festín gastronómico). Para hacer la digestión nada mejor que un paseo por el núcleo nuevo de la ciudad, con parada en el parque de San Julián, paseo por la Diputación (palacio de finales del siglo XIX, obra del arquitecto Rafael Alfaro sobre el antiguo Campo de San Francisco, con unos bellos y cuidados jardines) y un café en "La Calle", que así se llama a la calle de San Francisco, por ser zona de cañas y vinos por la mañana, cafés por la tarde y copas por la noche. Aún quedan algunas horas de luz y decido viajar hasta la Ciudad Encantada. Ciudad EncantadaSituada a 36 km de Cuenca hacia la serranía del norte (CM 2104), en Valdecabras, la Ciudad Encantada merece una visita pese a las inevitables curvas de la carretera serrana, en perfecto estado por otra parte. Declarada Sitio Natural de Interés Nacional en 1929, es una de esas maravillas con las que la naturaleza nos sorprende. En un gran pinar en lo alto de la sierra se suceden inmensos monolitos de piedra calcárea con figuras que recuerdan una armada de tres barcos, otro que semeja un puente romano, la lucha entre un elefante y un cocodrilo, una foca, la silueta de un perro o incluso el perfil de un tosco rostro humano. Aunque quizá el más representativo sea el Tormo alto, un monolito de 20 metros de altura que parece jugar con el equilibrio. La explicación a tanta escultura natural hay que buscarla en que el lugar fue millones de años atrás un inmenso océano y las aguas fueron esculpiendo la piedra calcárea a su imaginativo y creativo capricho. El resultado es bellísimo. La entrada cuesta 5 euros y el recorrido está bien señalizado a lo largo de sus tres kilómetros (una hora de paseo). En el lugar existe un amplio aparcamiento natural y un restaurante, y a dos kilómetros de allí, recorriendo una pista forestal encontramos el Balcón de Uña, desde donde se contempla el río Júcar y la laguna de Uña. Empieza a anochecer y ha llegado la hora de despedirme de Cuenca y de su mágica Ciudad Encantada. Un placer para los sentidos. |